Vivimos en una época donde la industria del videojuego se mueve a un ritmo frenético. Cada semana aparecen nuevos títulos, expansiones, temporadas, eventos, pases de batalla y recompensas exclusivas que prometen experiencias únicas. Pero detrás de todo esto se esconde un término que ya no solo pertenece al marketing o a la psicología social, sino que ha aterrizado con fuerza en nuestro hobby favorito: el FOMO.
¿Qué es el FOMO?
El FOMO proviene del inglés Fear of Missing Out, que se traduce como “miedo a perderse algo”. Es esa sensación de ansiedad que nos invade cuando creemos que nos estamos perdiendo una experiencia que los demás sí están viviendo. En el mundo de los videojuegos, el FOMO se ha convertido en una herramienta muy poderosa, utilizada para mantenernos enganchados y, en muchos casos, para que volvamos una y otra vez al mismo título aunque realmente no nos apetezca tanto.

El FOMO no es solo un concepto teórico: lo vemos todos los días. Un evento limitado en un MMO, un pase de batalla en un shooter competitivo, un cosmético exclusivo en un juego de rol o incluso un lanzamiento que “todo el mundo” está jugando en Twitch. La idea es siempre la misma: si no participas, si no estás ahí en ese momento, te quedarás fuera. Y a nadie le gusta quedarse atrás.
Cómo se manifiesta el FOMO en los videojuegos
La forma más clara en la que aparece el FOMO es en los juegos como servicio. Aquí entran en juego varias mecánicas que todos reconocemos:
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Eventos temporales que desaparecen si no participas en el momento.
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Pases de batalla que obligan a jugar con frecuencia para desbloquear todas las recompensas.
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Contenido exclusivo limitado en el tiempo.
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La presión social de ver a tus amigos o streamers disfrutando de algo que tú no.
El FOMO es como un reloj que corre constantemente en tu contra. Y lo peor es que, aunque seas consciente de ello, muchas veces acabas cediendo.
¿Por qué el FOMO genera ansiedad?
Porque convierte lo que debería ser una actividad de ocio en una obligación. En vez de disfrutar de tu tiempo libre, de repente te ves marcando en el calendario las fechas de inicio y final de una temporada. En lugar de jugar porque te apetece, entras en el juego porque “si no lo hago, perderé algo irrepetible”.
La consecuencia es clara: el FOMO acaba generando ansiedad. Esa necesidad constante de estar al día, de no quedarte atrás, de conseguirlo todo, de “no ser menos” que los demás. Y cuando un videojuego, que debería ser una fuente de diversión y desconexión, se convierte en un generador de estrés… algo no está funcionando.
Mi opinión: hay que luchar contra el FOMO
Aquí es donde quiero ser claro: el FOMO no nos beneficia a los jugadores. Nos empuja a consumir sin pensar, a dejarnos llevar por la corriente y a dedicar tiempo a juegos que, a lo mejor, ni siquiera nos apetecen tanto en ese momento.

Por eso creo que la mejor forma de combatirlo es hacer justo lo contrario a lo que el FOMO nos dicta. Si el mercado y las comunidades nos dicen “juega a esto porque ahora está de moda”, quizá lo más sano sea parar, respirar y preguntarnos: ¿realmente me apetece? ¿O simplemente siento que “debo” hacerlo?
No pasa absolutamente nada por jugar al ritmo que cada uno quiera. De hecho, yo diría que es lo más saludable. Si te apetece rejugar un título de hace diez o quince años, hazlo. Si te apetece probar un género que nadie de tu entorno juega, adelante. Si quieres abandonar ese pase de batalla a medias porque ya no te divierte, perfecto.
El verdadero poder del jugador está en elegir, no en obedecer la agenda que otros han puesto delante.
Ejemplos claros de cómo nos atrapa
Pensemos en fenómenos recientes: Fortnite, Genshin Impact, Call of Duty: Warzone o Destiny 2. Todos ellos han perfeccionado las dinámicas del FOMO. Sus temporadas, sus eventos y sus cosméticos exclusivos están diseñados para que sintamos que, si no jugamos, estamos perdiendo algo valioso.
Y lo cierto es que, si lo miramos en frío, ¿qué pasa si no conseguimos esa skin o ese arma? Absolutamente nada. La mayoría de esas recompensas acaban acumulando polvo en el inventario virtual, y al cabo de unos meses ni siquiera las recordamos. Sin embargo, en el momento en que están disponibles, se convierten en una obsesión.
Ese es el gran poder del FOMO: crear necesidades que en realidad no existen.
El valor de rejugar
Uno de los gestos más rebeldes contra el FOMO es, precisamente, rejugar. Volver a títulos que ya conocemos y que nos marcaron en su momento. Rejugar no da puntos de experiencia extra, no desbloquea un pase de batalla ni te da acceso a un cosmético exclusivo. Pero lo que sí ofrece es una experiencia personal, íntima, conectada con tus propios recuerdos y emociones.
Y ahí está la clave: jugar debería ser eso, una experiencia que nos pertenece, no un calendario que otros dictan.

La libertad del jugador
El mensaje que quiero dejar claro es simple: no tenemos que dejarnos arrastrar por el FOMO. Sí, la industria seguirá utilizando estas tácticas porque funcionan y porque generan beneficios. Pero al final, quienes decidimos dónde invertimos nuestro tiempo somos nosotros.
Jugar a lo que quieras, cuando quieras, sin sentir presión externa, es la mejor manera de disfrutar de los videojuegos como lo que son: una forma de ocio, de arte y de expresión.
El FOMO solo tendrá poder sobre ti si se lo permites. Y creo que es hora de empezar a poner límites.
Recapitulando…
El FOMO en los videojuegos no es un enemigo invisible: está ahí, frente a nosotros, en cada pase de batalla, en cada evento limitado, en cada lanzamiento que parece imprescindible. Pero podemos resistirlo. Basta con recordarnos que no estamos obligados a nada.
Jugar no debería generar ansiedad, sino ilusión. Y si para ti esa ilusión está en rejugar un clásico, en descubrir un indie pequeño o en tomarte tu tiempo para explorar a tu manera, entonces no hay FOMO que valga. Porque lo único que importa es que disfrutes.